
Una película para dejarla desde el principio
Inés Romero. Castellón
El largometraje Lo dejo cuando quiera se suma a la interminable lista de fracasos de la comedia española. Para hacer una película de este género es muy importante conseguir que los espectadores se rían, pero todos y cada uno de los chistes que se hacen durante el filme carecen de humor.
Cuando conocí el reparto, tenía muchas ganas de acudir al estreno. Ernesto Sevilla, Cristina Castaño, Ernesto Alterio: unos actores españoles de gran calibre y que nunca defraudan. En esta película tampoco lo han hecho, pues la interpretación de cada uno de ellos sigue en su línea: nada extraordinaria, pero muy correcta y acertada. Por ello, considero que los actores de Lo dejo cuando quiera no son la causa de este desastre en la industria del cine. Más bien la culpa es de la propia dirección, ya que ha apostado por lo fácil sin arriesgar demasiado. Los espectadores estamos acostumbrados a ver, por ejemplo, a Ernesto Sevilla interpretar de manera impecable papeles de este estilo, por lo que su manera de hacer humor quizás ya no cause el mismo efecto. Lo complicado sería que este mismo actor provoque sensaciones en el público al actuar en largometrajes de otros géneros diferentes.
Además, los guionistas han estado poco acertados, ya que durante todo el filme se van haciendo los típicos chistes de las películas “graciosas”, los cuales tratan sobre sexo, humor negro, fiesta y más temas simplones que se repiten habitualmente. Desde mi punto de vista, la audiencia española se merece ir al cine y disfrutar de una buena comedia en la que prevalezca el humor inteligente.
Si se puede destacar algo positivo de Lo dejo cuando quiera es que hace una buena crítica de la situación laboral por la que muchos jóvenes licenciados en carreras prestigiosas están pasando en la actualidad. Por ello, se destacan los salarios miserables que estos cobran, la inestabilidad de los contratos y el empeoramiento de calidad de la educación en las universidades a causa de la falta de inversión. Así pues, el argumento de la película muestra que para mejorar su calidad de vida tienen que volverse narcotraficantes. Asimismo, dos de los protagonistas, uno filólogo y otra abogada, ocupan un puesto de trabajo en una gasolinera, algo que se asemeja bastante con la realidad que gran cantidad de jóvenes están viviendo.
No voy a decir que es una película que no se puede ni ver, pues considero que es una buena opción para un domingo después de comer donde no hay nada mejor que hacer. Pero, ¿pagar las cantidades que la industria cinematográfica pide por ella? Ni de broma.